Este es el manual de servicio de AA que se deriva del “Manual del Tercer Legado”, texto que sirvió muy bien al Movimiento desde que Bill W. hizo la primera redacción del mismo en 1951. Todos los principios y procedimientos de servicio básicos resumidos en aquel documento aún se conservan en esta edición. Para mayor conveniencia y consistencia, se han vuelto a redactar y organizar los materiales. Una revisión general fue aprobada por la Conferencia de Servicios Generales de 1999.
El Comité de Informes y Carta Constitutiva está encargado de comprobar y aprobar la actualización y revisión anual de El Manual de Servicio de AA/Doce Conceptos para el servicio mundial
El Legado de Servicio
Por Bill W.1
Nuestro Duodécimo Paso —llevar el mensaje— es el servicio básico que presta la Comunidad de AA; es nuestro principal objetivo y la razón primordial de nuestra existencia. Por lo tanto, A.A es algo más que un conjunto de principios; es una sociedad de alcohólicos en acción. Debemos llevar el mensaje pues, de no hacerlo, nosotros mismos podemos marchitarnos y aquellos a quienes no se les ha comunicado la verdad, pueden perecer.
De aquí que un servicio de A.A es todo aquello que nos ayuda a alcanzar al alcohólico que todavía sufre, abarcando desde el Paso Doce en sí, una llamada telefónica y una taza de café, hasta la Oficina de Servicios Generales de AA para las actividades nacionales e internacionales
La suma total de estos servicios es nuestro Tercer Legado de Servicio. Los servicios incluyen lugares de reunión, cooperación con hospitales y oficinas intergrupales; suponen el empleo de folletos, libros, y buena publicidad de casi toda clase. Requieren comités, delegados, custodios y conferencias. Y no debemos olvidar que estos servicios necesitan contribuciones voluntarias de dinero provenientes de los miembros de la Comunidad
Vital para el desarrollo de A.A
Estos servicios, ya sean facilitados por miembros individuales, grupos, áreas, o AA en su totalidad, son sumamente vitales para nuestra existencia y nuestro desarrollo. No podemos simplificar AA aboliendo tales servicios. Solo estaríamos buscando complicaciones y confusión. Por lo tanto, al considerar cualquier servicio determinado, nos hacemos una sola pregunta: “¿Es este servicio realmente necesario?” Si lo es, tenemos que mantenerlo o fracasaremos en nuestra misión de ayudar a quienes nos busquen y nos necesiten.
El conjunto de servicios más vitales y, no obstante, menos comprendidos, que A.A ofrece son aquellos que nos hacen posible funcionar como una unidad integrada, o sea: la Oficina de Servicios Generales, AA World Services, Inc., AA Grapevine, Inc. y nuestra junta de custodios, conocida legalmente como la Junta de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos. Nuestra unidad a escala mundial y gran parte de nuestro desarrollo desde los primeros días se derivan directamente de este grupo de actividades vivificadoras. Hasta 1950, estos servicios generales eran función exclusiva de unos pocos pioneros de AA, varios amigos no alcohólicos, el Dr. Bob y yo. Durante todos los años de la infancia de AA, nosotros los veteranos habíamos sido los custodios autonombrados de Alcohólicos Anónimos.
La comunidad lista para asumir la responsabilidad
Nos dimos cuenta en ese momento de que AA había crecido, de que nuestra Comunidad estaba lista y dispuesta para hacerse cargo de estas responsabilidades. Había también otro motivo urgente para cambiar. Ya que los veteranos no íbamos a vivir eternamente, nuestros nuevos custodios serían prácticamente desconocidos a los grupos de AA que ya en aquel entonces se encontraban esparcidos por todas partes del mundo. Sin una vinculación directa con AA, los futuros custodios no podrían funcionar solos.
Esto significaba que teníamos que establecer una conferencia representativa de nuestra Comunidad que se podría reunir anualmente con nuestra junta de custodios en Nueva York, y así asumir la responsabilidad directa
de la custodia de la Tradición de AA y de la dirección de nuestros principales asuntos de servicio. De no ser así, una junta compuesta de custodios virtualmente desconocidos y las muy poco comprendidas operaciones de servicio de nuestra sede estarían destinadas a un inevitable colapso. Supongamos que los futuros custodios, actuando por su propia cuenta, cometieran un error garrafal. Supongamos que, sin tener vinculación con AA, intentaran actuar en nombre nuestro en una época de graves conflictos o crisis. Sin la orientación directa de AA en su totalidad, ¿cómo podrían hacerlo? Sería imposible evitar el derrumbamiento de nuestros servicios más importantes. Y si, en tales circunstancias, se vinieran abajo nuestros servicios mundiales, ¿cómo podríamos volver a construirlos? Estas fueron, en pocas palabras, las conclusiones que condujeron a la formación de la Conferencia de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos. Más tarde, expondré con más detalle los eventos que ahora se han convertido en la historia de AA.
El organismo deliberativo conocido como la Conferencia se compone de delegados elegidos por las diversas áreas de los EE. UU. y Canadá. ahora hay unas 93 – junto con los custodios, los directores de LA JUNTA DIRECTIVA DE SERVICIOS GENERALES, Inc. y de The AA La Revista Gratitud, Inc., y los miembros del personal de la OSG y de La Revista Gratitud, aproximadamente unas 40 personas más. La Conferencia celebró su primera reunión anual en 1951. Desde entonces, se ha reunido anualmente en Nueva York en el mes de abril o mayo2. Ha tenido un éxito inmenso — las acciones recomendables propuestas y aprobadas por la Conferencia desde su primera reunión han contribuido grandemente al crecimiento y desarrollo de la Comunidad
Puntos sobresalientes de la historia del servicio de A.A
Para resumirlo desde sus comienzos: un día de 1937, en la casa del Dr. Bob en Akron, él y yo nos pusimos a totalizar las cifras de los pasados dos años. Por primera vez, nos dimos cuenta de que era posible la recuperación masiva de alcohólicos. Contábamos con un par de grupos pequeños pero muy sólidos en Akron y en Nueva York, más algunos miembros individuales salpicados por otras regiones. ¿Cómo iban a comunicar las buenas nuevas estos pocos borrachos recuperados a los millones de
alcohólicos del mundo? Esa era la pregunta. Enseguida, el Dr. Bob y yo nos reunimos con 18 miembros del grupo de Akron en la casa de T. Henry Williams, un fiel amigo no alcohólico. Algunos miembros del grupo de Akron seguían opinando que debíamos quedarnos con el sistema de comunicación verbal; pero la mayoría creía que ya teníamos necesidad de nuestros propios hospitales con trabajadores asalariados y, sobre todo, un libro dirigido a otros alcohólicos que les pudiera exponer nuestros métodos y nuestros resultados. Todo esto supondría una cantidad sustancial de dinero —tal vez millones de dólares—. (No nos dimos cuenta de que los millones nos hubieran arruinado más que el no tener dinero en absoluto.) Así que los miembros de Akron me comisionaron para viajar a Nueva York y recaudar fondos. Al volver allí, me encontré con que el Grupo de Nueva York estaba completamente de acuerdo con esta idea. Algunos de nosotros nos pusimos a trabajar inmediatamente.
Problemas económicos al comienzo de A.A
Por medio de mi cuñado, el Dr. L.V. Strong Jr., el único amigo que me quedaba y mi confidente durante la peor época de mi carrera de bebedor, nos pusimos en contacto con Willard S. Richardson, un amigo y asociado desde hacía tiempo de la familia Rockefeller. Enseguida, el Sr. Richardson se entusiasmó por nuestro programa y logró interesar a un grupo de sus propios amigos. En el invierno de 1937, se celebró una reunión en la oficina de John D. Rockefeller, Jr. Allí nos encontrábamos el Dr. Bob y yo, con el Sr. Richardson y su grupo, el Dr. William Silkworth y varios alcohólicos de Akron y Nueva York. Tras una larga conversación, logramos convencer a nuestros nuevos amigos de la urgente necesidad que teníamos de dinero—de grandes cantidades de dinero–. Poco tiempo después, a comienzos de 1938, uno de estos amigos, Frank Amos, viajó a Akron para investigar el grupo de allí. Regresó a Nueva York con un informe muy optimista, que el Sr. Richardson pronto presentó al Sr. Rockefeller. Aunque se quedó muy impresionado, el Sr. Rockefeller no quiso contribuir con ninguna cantidad sustancial de dinero por temor a profesionalizar a AA. No obstante, nos hizo un donativo de $5,000, que sirvió para mantenernos a flote al Dr. Bob y a mí, durante 1938. Todavía estábamos muy lejos de tener los hospitales, los misioneros, los libros y grandes sumas
de dinero. Esta situación nos parecía entonces sumamente difícil, pero probablemente fue el mejor golpe de suerte que jamás haya tenido AA.
A pesar del parecer del Sr. Rockefeller, renovamos nuestros esfuerzos para convencer a sus amigos de nuestra apremiante necesidad de dinero. A fin de cuentas, llegaron a compartir nuestra opinión de que necesitábamos más dinero, por lo menos el suficiente para preparar un libro de texto para exponer nuestros métodos y nuestra experiencia. A fines de la primavera de 1938, tenía ya redactados lo que ahora son los dos primeros capítulos del libro “Alcohólicos Anónimos”. Utilizamos copias mimeografiadas de estos dos capítulos como parte del prospecto para nuestra fútil campaña de recaudar fondos. En las reuniones de la junta, que en ese entonces se celebraban casi todos los meses, nuestros amigos no alcohólicos se compadecieron de nosotros por nuestro poco éxito. Casi la mitad de los $5,000 donados por el Sr. Rockefeller se había utilizado para pagar la hipoteca de la casa del Dr. Bob. El resto, repartido entre nosotros, naturalmente se acabaría muy pronto. La perspectiva era sombría.
A.A se constituye su propio editor
Entonces, Frank Amos se acordó de su viejo amigo Eugene Exman, redactor encargado de temas religiosos de la editorial de libros Harper. Me recomendó que fuera a Harper y yo le enseñé al Sr. Exman dos capítulos de nuestro propuesto libro. Para mi gran alegría, el Sr. Exman se quedó impresionado. Sugirió que Harper podría darme un adelanto de $1,500 en concepto de regalías para terminar la obra. Puesto que estábamos en quiebra, esos $1,500 nos parecieron un montón de dinero. No obstante, nuestro entusiasmo por esta propuesta se desvaneció rápidamente. Cuando termináramos el libro, tendríamos con Harper una deuda de $1,500 dólares. Y si, tal como esperábamos, AA consiguiera entonces mucha publicidad, ¿cómo íbamos a contratar a gente para contestar el torrente de solicitudes de información, tal vez miles, que nos inundarían? Había además otro problema, un problema muy grave. Si nuestro libro de AA llegara a ser el texto básico de Alcohólicos Anónimos, sería propiedad de otras personas. Era obvio que nuestra Sociedad debía ser la propietaria y editora de su propia literatura. Ninguna casa editora, por buena que fuera, debía poseer nuestro más preciado patrimonio. Así que dos de nosotros fuimos a comprar un talonario en blanco de certificados de acciones y en ellos escribimos “Works Publishing, valor nominal $25”. Mi amigo Hank P. y yo ofrecimos entonces acciones de la nueva editorial a los alcohólicos de Nueva York y sus amigos. Ellos simplemente se rieron de nosotros. ¿Quién, nos preguntaron, iba a comprar acciones de un libro todavía por redactar? De alguna manera teníamos que convencer a esos tímidos compradores y, por lo tanto, fuimos a la oficina del Reader’s Digest y le contamos al editor gerente la historia de nuestra Sociedad en ciernes y de su propuesto libro. Le gustó mucho la idea y nos prometió que, en la primavera de 1939, cuando esperábamos tener el libro listo, el Reader’s Digest publicaría un artículo sobre AA, en el que, por supuesto, se haría mención del nuevo libro. Ese fue el argumento que necesitábamos para aumentar las ventas. Con ese tipo de promoción el libro propuesto se vendería a carretadas. ¿Cómo podríamos fracasar? Los alcohólicos neoyorquinos y sus amigos pronto cambiaron de idea respecto a Works Publishing. Empezaron a comprar acciones, la mayoría a plazos. Ruth Hock, nuestra secretaria no alcohólica, pasó el texto a máquina mientras yo le dictaba los capítulos lentamente. Durante meses y meses, una de las actividades principales de las reuniones de los grupos de Akron y Nueva York, era celebrar acaloradas discusiones acerca de estas propuestas redacciones y del contenido apropiado del libro. Me convertí en árbitro más que en autor. Mientras tanto, los alcohólicos de Akron y de Nueva York y unos cuantos de Cleveland se pusieron a redactar sus historias, un total de 28.
Según el proyecto del libro se acercaba a su terminación, hicimos una visita al editor gerente del Reader’s Digest y le pedimos que publicara el artículo prometido. Nos miró aparentemente sin comprender; apenas se podía acordar de quiénes éramos. Luego nos dio el golpe de gracia. Nos dijo que, hacía algunos meses, él había presentado nuestra propuesta ante su junta editorial y la habían rechazado categóricamente. Se deshizo en disculpas y admitió que se había olvidado completamente de comunicarnos las noticias. Esto fue aplastante. Mientras tanto, con gran optimismo habíamos pedido 5,000 ejemplares del nuevo libro, casi sin ningún capital. El impresor, también, había contado con el Reader’s Digest. Muy pronto tendría 5,000 libros en su almacén, sin nadie que los fuera a comprar. El libro apareció finalmente en abril de 1939. Conseguimos que el New York Times hiciera una crítica y el Dr. Harry Emerson Fosdick nos hizo otra muy buena, pero no pasó nada. Simplemente el libro no se vendió. Estábamos endeudados hasta más no poder. El sheriff se había presentado en la oficina de Newark donde estábamos trabajando y el dueño había vendido la casa donde vivíamos Lois y yo en Brooklyn. Nos echaron a la calle para vivir de la caridad de los amigos de AA. Nunca podré explicarme cómo nos las arreglamos para pasar el verano de 1939. Hank P. tuvo que encontrar otro trabajo. La fiel Ruth aceptó acciones de la difunta editorial en concepto de pago. Un amigo de AA nos dejó instalarnos en su casa de verano; otro nos prestó su automóvil.
A.A se convierte en notica
Tuvimos nuestro primer golpe de suerte en septiembre de 1939. La revista Liberty, en ese entonces encabezada por nuestro futuro amigo Fulton Oursler, publicó un artículo, “Los Alcohólicos y Dios”, escrito por Morris Markey. Suscitó una reacción inmediata. Nos llegaron unas 800 cartas de alcohólicos y familiares. Ruth contestó a cada una de ellas, adjuntando un anuncio del nuevo libro “Alcohólicos Anónimos”. Poco a poco, se empezó a vender el libro. Luego el Cleveland Plain Dealer publicó una serie de artículos sobre Alcohólicos Anónimos. Enseguida, los grupos de Cleveland empezaron a multiplicarse, de una veintena hasta varios centenares de miembros. Se vendieron aún más libros. Y así salimos adelante con grandes aprietos aquel peligroso año. No habíamos tenido noticias del Sr. Rockefeller desde principios de 1938. Pero en 1940 hizo una reaparición dramática. Su amigo el Sr. Richardson asistió a una reunión de los custodios con una amplia sonrisa. El Sr. Rockefeller, dijo, quería celebrar una cena en honor de Alcohólicos Anónimos. En la lista de invitados había una colección impresionante de personas importantes. Calculamos que su capital colectivo era de mil millones de dólares. La cena se realizó a comienzos de febrero en el Union League Club de Nueva York. El Dr. Harry Emerson Fosdick habló haciendo grandes elogios nuestros y lo mismo hizo el Dr. Foster Kennedy, eminente neurólogo. Luego, el Dr. Bob y yo dimos a nuestros oyentes un breve informe sobre AA. Algunos alcohólicos de Nueva York y Akron que se encontraban entre los invitados respondieron a preguntas. Entre los allí reunidos se sentía cada vez más simpatía e interés. Creímos que por fin lo habíamos logrado. Ya teníamos solucionados nuestros problemas económicos. Nelson Rockefeller se puso de pie para hablar en nombre de su padre, que estaba enfermo. Dijo que su padre se alegraba de que los invitados a la cena pudieran haber visto el comienzo muy prometedor de la nueva Sociedad de Alcohólicos Anónimos. Nelson siguió diciendo que su padre rara vez había mostrado tanto interés por una cosa. Sin embargo, dado que AA era una obra a base de pura buena voluntad, por la que un hombre llevaba la buenas nuevas a otro, iba a necesitar muy poco o ningún dinero. Ante esta salida, se derrumbaron nuestros ánimos. Al terminar la charla del Sr. Rockefeller, los capitalistas y sus millones de dólares se marcharon del salón, sin dejar ni un solo centavo. Al día siguiente, John D. Rockefeller, Jr. dirigió una carta a todos los que habían asistido a la cena e incluso a los invitados que no asistieron. Volvió a reiterar su plena confianza y gran interés en nosotros. Y luego casi al terminar la carta, mencionó de paso que iba a donar $1,000 a Alcohólicos Anónimos
Tardamos bastante tiempo en darnos cuenta de lo que el Sr. Rockefeller había hecho por nosotros. A pesar del posible peligro de hacer el ridículo, él había recomendado a todo el mundo nuestra pequeña y recién nacida sociedad de alcohólicos. Estuvo dispuesto a exponerse a grandes riesgos por estas personas que le eran completamente desconocidas. Sabia y prudentemente, contribuyó con muy poco dinero, pero había dado muy liberalmente de sí mismo. En ese mismo momento, John D. Rockefeller, Jr. nos salvó de los peligros del profesionalismo y de la administración de grandes propiedades. No podría haber hecho más.
A.A llega a tener dos mil miembros
Como consecuencia de esos acontecimientos, el número de miembros de AA creció bruscamente para llegar a los 2,000 a fines del año de 1940. El Dr. Bob y yo empezamos a recibir 30 dólares a la semana, provenientes de las contribuciones de la cena, lo cual fue un gran alivio para nosotros. Lois y yo nos instalamos en una pequeña habitación en el local del primer club de AA, en la calle 24 Oeste de Manhattan. Aún mejor, el aumento de las ventas del libro nos hizo posible establecer una sede nacional. Nos trasladamos de Newark, NJ, donde se había redactado el libro de AA, a la calle Vesey, justo al norte de la Bolsa de Nueva York. Alquilamos un modesto despacho con dos oficinas, enfrente de la oficina de correos de la calle Church. Allí el famoso apartado postal número 658 estaba listo para recibir las miles de desesperadas solicitudes de información que pronto iban a llegar. En esa coyuntura, Ruth (aunque no era alcohólica) se convirtió en la primera secretaria nacional de AA, y yo me convertí en una especie de hacerlo todo de la sede central. Durante todo el año de 1940, dependíamos únicamente de las ventas del libro para mantener la oficina. Cada centavo de esos ingresos se dedicó a pagar los gastos del trabajo de AA que se hacía allí. Todas las solicitudes de ayuda tenían como respuesta una carta cariñosa y personal. Seguíamos intercambiando cartas con los alcohólicos y familiares que continuaban mostrando interés. Con la ayuda de este tipo de correspondencia y del libro “Alcohólicos Anónimos”, empezaron a tomar forma nuevos grupos de AA
El comienzo al servicio a los grupos
Y ahora, aun más importante, teníamos listas de posibles candidatos en muchas ciudades y pueblos de los Estados Unidos y Canadá. Entregamos estas listas a miembros de grupos de AA ya establecidos que, por razones de negocios, tenían que ir de viaje a estos lugares. Mantuvimos correspondencia de manera constante con estos mensajeros, y ellos establecieron aún más grupos. Y para conveniencia de estos viajeros, publicamos un directorio de grupos. Luego se inició una actividad imprevista. Debido a que los grupos recién nacidos tenían poco contacto con sus padrinos viajeros, empezaron a recurrir a la oficina de Nueva York para pedir ayuda con sus innumerables problemas. Les transmitimos por correo la experiencia de centros que llevaban más tiempo de existencia. Pasado muy poco tiempo, como veremos, este intercambio llegó a ser un servicio básico de importancia primordial. Mientras tanto, algunos de los accionistas de la editorial, Works Publishing, empezaron a ponerse inquietos. Se quejaron de que todas las ganancias producidas por la venta del libro se utilizaban para sufragar los trabajos de la oficina. ¿Cuándo iban a recuperar sus inversiones? Además, ahora nos dimos cuenta de que el libro “Alcohólicos Anónimos” debía convertirse en propiedad de AA en su totalidad. En esa fecha, un tercio era propiedad de los 49 accionistas, otro tercio era propiedad de mi amigo Hank P., y la parte restante era propiedad mía. Para empezar, tomamos disposiciones para revisar las cuentas de la editorial, Works Publishing, y constituirla en sociedad. Hank P. y yo donamos nuestras acciones a la Fundación Alcohólica (como se conocía nuestra junta en aquella época). Estas eran las acciones que él y yo habíamos tomado en concepto de reembolso por servicios prestados; pero los demás accionistas habían hecho sus inversiones con dinero contante y sonante. Tendríamos que pagarles en efectivo. ¿Dónde íbamos a conseguirlo?.
La ayuda que necesitábamos se presentó en la figura de A. LeRoy Chipman. Él también era amigo y asociado de John D. Rockefeller, Jr. y recientemente se había integrado como custodio de la Fundación. Logró convencer al Sr. Rockefeller, a dos de sus hijos, y a algunos de los invitados a la cena, para que hicieran un préstamo de $8,000 a la Fundación. Este dinero lo utilizamos prontamente para saldar una deuda de $2,500 con Charles B. Towns3, y otras diversas deudas, y la cantidad restante nos hizo posible readquirir las demás acciones. Pasados dos años, gracias a las buenas ventas del libro “Alcohólicos Anónimos”, nos vimos en la posibilidad de liquidar en su totalidad el préstamo de Rockefeller
Jack Alexander se interesa en Alcohólicos Anónimos
La primavera de 1941 nos trajo un éxito especial e imprevisto. La redacción del Saturday Evening Post decidió publicar un artículo sobre Alcohólicos Anónimos y encargó el trabajo a Jack Alexander, uno de sus reporteros más destacados. Jack, que acababa de hacer un reportaje acerca del crimen organizado en Nueva Jersey, se mostró un poco cínico al acercarse a nosotros. Pero pronto llegó a ser un ‘converso’ de AA, a pesar de no ser alcohólico. Jack pasó un mes entero con nosotros, trabajando de la mañana a la noche. El Dr. Bob y yo y varios veteranos de los grupos pioneros de Akron, New York, Cleveland, Philadelphia y Chicago pasamos incontables horas con él. Cuando ya podía sentir AA en su propia médula, Jack se puso a escribir la crónica que causaría un impacto enorme en los borrachos y sus familiares por todas partes del país. Apareció como tema de portada de la edición del 1 de marzo de 1941 del Saturday Evening Post.
Luego vino el diluvio. En la oficina de Nueva York nos vimos inundados de desesperadas súplicas de ayuda, seis mil de ellas, enviadas por alcohólicos y miembros de sus familias. Al comienzo, no pudimos más que barajar el montón de correspondencia escogiendo cartas al azar, alternando las risas y las lágrimas. ¿Cómo íbamos a poder contestar a estas cartas desgarradoras? Era evidente que Ruth y yo no podríamos hacerlo solos. No sería suficiente enviarles a todos una carta circular. Tendríamos que contestar a cada carta personal y comprensivamente. Tal vez los grupos de AA nos podrían ayudar. Aunque nunca les habíamos pedido nada en el pasado, esto era, sin lugar a dudas, un asunto suyo. Teníamos un colosal trabajo de Paso Doce que hacer y tendríamos que hacerlo sin demora.
Así que les informamos a los grupos sobre las circunstancias, y tuvimos una respuesta tremenda. En aquel entonces la sugerida contribución voluntaria se fijó en $1.00 por miembro por año. Los custodios de la Fundación acordaron administrar este dinero y lo ingresaron en una cuenta bancaria especial, asignándolo exclusivamente para sufragar los trabajos de AA de la oficina.
A principios del año 1941, teníamos dos mil miembros y terminamos el año con ocho mil. Tal fue el tremendo impacto del artículo del Saturday Evening Post. No obstante, éstas no eran sino las primeras súplicas de ayuda de las incontables que han seguido llegando a la Oficina de Servicios Generales hasta el día de hoy, enviadas por individuos y grupos de todas partes del mundo.
Esta expansión fenomenal nos presentó otro problema, un problema de gran envergadura. Al encontrarnos ahora en primera plana de actualidad, tuvimos que empezar a tratar con el público en general a gran escala. La mala voluntad del público podría atrofiar nuestro crecimiento e incluso estancarlo. Pero la confianza entusiástica del público podría servir para estimular nuestro desarrollo hasta un grado que antes solo pudiéramos habernos imaginado, según nos había demostrado la crónica publicada en el Post.
Ha sido largo y arduo el proceso de hallar todas las respuestas apropiadas a todos nuestros dilemas de relaciones públicas. Tras innumerables pruebas y tanteos, a veces interrumpidos por dolorosos errores, descubrimos las actitudes y costumbres que nos resultarían más convenientes y eficaces. Las de más importancia se ven ahora reflejadas en nuestras Doce
Tradiciones. Cien por cien de anonimato ante el público, ningún uso del nombre de AA en beneficio de otras causas, por muy nobles que sean, no afiliarnos con entidades ajenas ni respaldarlas, tener para Alcohólicos Anónimos un solo objetivo primor- dial, no profesionalismo, relaciones públicas basadas en la atracción y no en la promoción: estos son algunos frutos de nuestro aprendizaje por la dura experiencia.
Servicios para la totalidad de A.A
Hasta aquí hemos visto el establecimiento de la Fundación, la redacción y aparición del libro de AA, la publicación de literatura en folletos, la contestación masiva de las súplicas de ayuda, la satisfacción de la necesidad de asesoramiento de los grupos con respecto a sus problemas, el comienzo de nuestras maravillosas relaciones con el público en general, y hemos visto todo esto llegar a formar parte del servicio cada vez más amplio prestado a la Comunidad de AA en su totalidad. Por fin nuestra Sociedad ha comenzado a funcionar de forma verdaderamente integrada.
El período 1941-1945 nos trajo otros acontecimientos de gran significación. Nos mudamos de la calle Vesey a una oficina en el Avenida Lexington de Nueva York, justo enfrente de la Estación Grand Central. En cuanto nos instalamos allí, nos encontramos asediados por visitantes que, por primera vez, empezaron a considerar a Alcohólicos Anónimos como una esperanza para toda la Tierra.
Puesto que AA estaba creciendo a un paso tan acelerado, la OSG también se veía obligada a crecer. Contratamos a más alcohólicos para ocupar los puestos del personal. Según se iban repartiendo los trabajos, empezaron a formarse los diversos despachos. Hoy día en la oficina hay bastantes despachos: servicios de grupo, relaciones públicas e inter- nacionales, Conferencia de AA, gerencia de la oficina, expedición y envíos, contabilidad, estenografía, y servicios especiales para solitarios, prisiones y hospitales4.
Las ideas fundamentales de nuestras Tradiciones se derivan principalmente de nuestra correspondencia y de nuestras cada vez más amplias actividades de relaciones públicas. A finales de 1945, un buen amigo de AA sugirió que se podría codificar esa masa de experiencia acumulada para formar un conjunto de principios generales, principios enunciados de forma sencilla que pudieran ofrecer soluciones ya probadas para todos los problemas de AA relacionados con vivir y trabajar juntos y relacionar nuestra Sociedad con el mundo externo.
Si ya habíamos llegado a estar lo suficientemente seguros de nuestra postura referente a tales cuestiones como quién era miembro, la autonomía de los grupos, la unicidad de nuestro propósito, el no respaldar a otras empresas, el profesionalismo, la controversia pública y el anonimato en sus diversos aspectos, sería posible entonces redactar tal código de principios. Por supuesto que un código tradicional de esta índole nunca podría convertirse en un reglamento o una ley. Pero podría servir como guía segura para nuestros custodios, los trabajadores de la sede y, más importante, para los grupos de AA que estaban sufriendo graves dolores de crecimiento.
Nosotros los que trabajábamos en la sede, ya que nos encontrábamos justo en medio de los acontecimientos, íbamos a tener que realizar el trabajo. Con la ayuda de mis compañeros, me puse a trabajar. Las Tradiciones de Alcohólicos Anónimos, que son el fruto de esta labor, aparecieron publicadas por primera vez en su llamada forma larga en La Revista Gratitud de mayo de 19465. Luego escribí otros ensayos para explicar las Tradiciones en detalle. Estos artículos se publicaron en números posteriores de l Grapevine.
Las Tradiciones se aceptaron sin persuasión
La primera reacción suscitada por las Tradiciones era interesante y animada: la respuesta fue muy variada por no decir más. Solamente los grupos que se encontraban con graves problemas las tomaban en serio. En algunos sectores, la reacción era violenta, especialmente entre los grupos que tenían largas listas de reglas y reglamentos “protectores.” Hubo mucha indiferencia. Algunos de nuestros miembros “intelectuales” dijeron a gritos que las Tradiciones no eran sino un reflejo de mis propios temores y esperanzas respecto a Alcohólicos Anónimos. Por lo tanto, empecé a viajar y hablar mucho acerca de las Tradiciones. Al principio, los miembros me escuchaban cortés y atentamente, aunque tengo que confesar que algunos se durmieron profundamente durante mis primeras arengas. No obstante, pasado un tiempo, me llegaron cartas en las que se expresaban sentimientos tales como el siguiente: “Bill, estaríamos encantados si tuvieras la amabilidad de visitarnos y hablar. Cuéntanos dónde solías esconder
tus botellas y todo aquello de esa tremenda y explosiva experiencia espiritual que tuviste Pero por amor de Dios no nos hables más de esas malditas Tradiciones”. Con el tiempo todo esto cambió. Cinco años más tarde, varios miles de miembros de AA, congregados en Cleveland para la Convención de 1950, se unieron para declarar que las Doce Tradiciones de AA constituían la base sobre la cual nuestra Comunidad podría funcionar con mayor eficacia y mantenerse en unidad para siempre.
La medicina se interesa en A.A
Para ese entonces, AA tenía una aceptación aún más amplia por parte de la medicina. Dos de las más importantes asociaciones médicas de Norteamérica hicieron algo sin precedente. En el año 1944, la Sociedad Médica del Estado de Nueva York me invitó a presentar una ponencia en su reunión anual. Después de la ponencia, tres de los muchos médicos allí presentes se pusieron de pie para manifestar su más decidido respaldo para con AA. Estos tres médicos eran el Dr. Harry Tiebout, primer amigo de AA del campo de la psiquiatría, el Dr. Kirby Collier, también psiquiatra, amigo y defensor de AA, y el Dr. Foster Kennedy, neurólogo de renombre mundial. La Sociedad Médica en sí fue aun más lejos. Nos dio permiso para publicar mi ponencia junto con las recomendaciones de estos tres médicos en forma de un folleto. En 1949, la Asociación Psiquiátrica de Norteamérica hizo precisamente lo mismo. Presenté una ponencia ante su reunión anual en Montreal. La ponencia fue publicada en la Revista de Psiquiatría Norteamericana, y nos concedieron permiso para volver a imprimirla6.
Durante la década de los cuarenta, dos hospitales se esforzaron por satisfacer todas estas necesidades urgentes e ilustraron a la perfección cómo AA y la medicina podían cooperar. En el Hospital Santo Tomás de Akron, el Dr. Bob, la maravillosa Hna. Ignacia, y el cuerpo médico se encargaban de un pabellón alcohólico en el que, antes de morir el Dr. Bob en 1950, ya se había atendido a unos cinco mil alcohólicos. En Nueva York, en el Hospital Knickerbocker había un pabellón administrado por nuestro primer amigo de la medicina, el Dr. William Silkworth, que contaba con la ayuda de una enfermera pelirroja conocida por el nombre de Teddy. En estos dos hospitales y por medio de estos pioneros se formularon las técnicas más eficaces de combinar la medicina con AA. Ya que la hospitalización apropiada era, y sigue siendo, uno de los asuntos más problemáticos para AA, la Oficina de Servicios Generales ha compartido esta experiencia de los primeros tiempos, junto con otros muchos avances y ramificaciones, con los grupos de todo el mundo, lo cual constituye otro servicio vital.
Una oleada de rupturas de anonimato
En esa época se nos presentó otro grave peligro para nuestro bienestar a largo plazo. Varios miembros, la mayoría bien intencionados, empezaron a romper su anonimato por todas partes. Algunos querían valerse del nombre de AA para hacer promoción para otras causas y así ayudarlas. Otros simplemente deseaban que sus caras y sus nombres aparecieran publicados en la prensa. Creían que ser fotografiados con el gobernador sería una gran ayuda para AA (Anteriormente yo había sido culpable de hacer lo mismo.) Pero por fin nos dimos cuenta del enorme riesgo que supondría para AA si todos los ambiciosos de poder anduvieran sueltos al nivel público. Ya había veintenas de ellos que lo estaban haciendo.
Por lo tanto nuestra Oficina de Servicios Generales se puso a trabajar. Les dirigimos reconvenciones, bastante amables, naturalmente, a cada uno de los ofensores. Incluso enviamos cartas a casi todas las agencias de prensa y emisoras de radio, para explicarles por qué los AA no deben romper su anonimato ante el público. Ni tampoco, agregamos, AA solicita dinero; pagamos nuestras propias cuentas.
Pasados unos pocos años, habíamos reducido a un puñado el número de miembros que rompían su anonimato, y así otro valioso servicio de la OSG había entrado en acción.
Los servicios de la O.S.G. van ampliándose
Para poder mantener estas cada vez más largas cuerdas de salvamento, la oficina tenía que seguir ampliándose. La OSG se trasladó a la calle 447. Puede que a algunos la variedad de servicios que ofrecemos hoy día les parezca ser asunto de una gran compañía. Pero si tenemos en cuenta el actual tamaño y alcance de AA, esto no es cierto en absoluto. Por ejemplo, en 1945, contábamos con un trabajador asalariado por cada 98 grupos; en 1955, un trabajador asalariado por cada 230 grupos8. Por lo tanto, parece que podemos sentirnos seguros de no vernos nunca cargados de una burocracia de servicio muy costosa. No se podría considerar completa ninguna descripción de nuestros servicios mundiales, sin reconocimiento de todo lo aportado por nuestros custodios no alcohólicos. A lo largo de los años han contribuido con una cantidad increíble de tiempo y energía; la suya ha sido verdaderamente una obra hecha por amor. Algunos de ellos, como Jack Alexander, Fulton Oursler, Leonard Harrison, y Bernard Smith, han aportado mucho a sus respectivos campos de literatura, asistencia social, finanzas y jurisprudencia. Los custodios no alcohólicos de tiempos más recientes han seguido su ejemplo.
Como mencioné anteriormente, durante los años cuarenta, el futuro de nuestra sede se veía constantemente amenazado: el Dr. Bob y yo y nuestra junta de custodios teníamos la responsabilidad total de la dirección de los servicios de AA. En los años anteriores a 1950 y 1951, empezamos a debatir acerca de la conveniencia de tener algún tipo de junta asesora compuesta de miembros de AA. O tal vez necesitábamos una conferencia compuesta de aún más miembros elegidos por sus compañeros de AA, gente que inspeccionaría la sede anualmente; un organismo ante el cual los custodios serían responsables, una conciencia orientadora para todo nuestro trabajo mundial. Pero las objeciones que se ponían a esta propuesta eran persistentes y durante varios años no se hizo nada. Tal empresa, se decía, sería muy cara. Aun peor, AA podría verse precipitada en actividades políticas perturbadoras a la hora de elegir a los delegados de la conferencia. Entonces el Dr. Bob cayó enfermo, enfermo de muerte. Finalmente, en 1950, espoleados por la despiadada lógica de la situación, los custodios nos autorizaron al Dr. Bob y a mí para formular el plan del que este libro se trata. Era un plan para formar la Conferencia de Servicios Generales de AA, un plan por medio del cual nuestra Sociedad asumiría la responsabilidad total y permanente de dirigir sus asuntos más vitales.
Nace la conferencia
Una cosa era decir que debemos tener una Conferencia y otra muy distinta era formular un plan que la convirtiera en una viable realidad. La cuestión de los gastos fue fácilmente descartada. Pero ¿cómo íbamos a eliminar la política destructiva con sus acostumbradas luchas por el prestigio y la vanagloria? ¿Cuántos delegados se requerirían y de dónde provendrían? Una vez llegados a Nueva York, ¿cuál sería su relación con la junta de custodios? ¿Cuáles serían sus poderes y deberes reales? Teniendo en mente estas importantes consideraciones y con algunos recelos, me puse a redactar un borrador del plan, con la gran ayuda de Helen B., miembro del personal de AA. Aunque más tarde se podría ampliar la Conferencia para incluir al mundo entero, nos parecía apropiado que los primeros delegados provinieran únicamente de los EE. UU. y Canadá. Cada estado y provincia tendría un delegado. Los estados con un gran población de AA podrían tener más delegados. Para asegurar la continuidad de la Conferencia, los delegados podrían estar divididos en paneles. Un panel impar (panel uno), elegido para servir dos años, entraría en funciones en 1951, el primer año. Un panel par (panel dos), también elegido para servir dos años, tomaría posesión de su cargo en 1952. De allí en adelante, se elegiría un panel y se retiraría otro anualmente. Así los delegados de la Conferencia harían la rotación y al mismo tiempo se mantendría cierta continuidad. Pero ¿cómo podríamos reducir la inevitable presión de las elecciones? Para lograr esto, se dispuso que el delegado debe tener los dos tercios de los votos para ser elegido. Si el delegado obtuviera una mayoría tan grande, nadie podría quejarse mucho. Pero si nadie la obtuviera, si la elección fuera muy reñida, ¿qué podríamos hacer entonces? Pues, tal vez, podríamos poner en el sombrero los nombres de los dos candidatos con más votos, o de los tres oficiales del comité, o incluso de todo el comité. Se sacaría un nombre. El ganador de esta sencilla lotería se convertiría en el delegado. Pero cuando estos delegados se reunieran en la Conferencia, ¿qué harían? Nos parecía que querrían tener autoridad real. Por lo tanto, en la carta constitutiva de la misma Conferencia, se dispuso que los delegados, con una mayoría de los dos tercios, podrían dar directivas categóricas a la junta. E incluso una simple votación mayoritaria constituiría una enérgica sugerencia
Se animan a los delegados hacer preguntas
La primera Conferencia fue programada para abril de 1951. Llegaron los delegados. Inspeccionaron las instalaciones, desde el sótano hasta el
ático, conocieron a todos lo miembros del personal, dieron un apretón de manos a cada custodio. Esa tarde efectuamos una sesión de orientación, titulada “¿qué quieres saber?” Contestamos a veintenas de preguntas de todo tipo. Los delegados empezaban a sentirse cómodos y tranquilos. Inspeccionaron los libros de cuentas con microscopio. Después de escuchar los informes de la junta de custodios y de todos los servicios, hubo un acalorado y cordial debate sobre diversas cuestiones de política. Los custodios sometieron algunos de sus propios problemas graves a la consideración de la Conferencia. Así pasó una sesión tras otra, mañana, tarde y noche. Los delegados se enfrentaron con varios dilemas que nos habían suscitado serias dudas en la OSG dando a veces consejos opuestos a nuestras propias conclusiones. Casi en cada instancia, nos dimos cuentas que ellos llevaban razón. Allí mismo demostraron más claramente que nunca, lo acertada que era la Segunda Tradición. La conciencia de grupo podría actuar sin peligro como la única autoridad y la guía segura de Alcohólicos Anónimos. Nadie de los allí presentes podrá nunca olvidar la sesión final de la primera Conferencia. Sabíamos que lo imposible había sucedido, que AA nunca se rompería por la mitad, que Alcohólicos Anónimos estaba por fin a salvo de cualquier tormenta que nos pudiera llegar en el futuro. Y los delegados, al regresar a sus casas, se llevaron consigo la misma convicción. Al darse cuenta de nuestra necesidad de tener fondos y un mejor sistema de distribución de literatura, algunos recalcaron demasiado esta necesidad; otros se sentían un poco desanimados porque los AA de sus áreas no manifestaban el mismo entusiasmo que ellos tenían. Se olvidaban de que ellos mismos habían sido testigos de la Conferencia y sus hermanos alcohólicos no. Pero, tanto aquí como en sus áreas, los delegados causaron una impresión más grande de la que ellos creían. En medio de estos emocionantes acontecimientos, la Conferencia acordó cambiar el nombre de la Fundación Alcohólica por el de la Junta de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos, y así se hizo. La palabra “Fundación” representaba las obras benéficas, el paternalismo y tal vez los grandes capitales. AA no quería nada de esto; de allí en adelante, podríamos asumir la plena responsabilidad y pagar nuestras propias cuentas. Según veía desarrollarse todo esto, llegué a estar totalmente seguro de que Alcohólicos Anónimos estaba por fin a salvo, incluso de mí mismo.
LAS DOCE TRADICIONES (Forma larga)
Nuestra experiencia en A.A nos ha enseñado que:
- Cada miembro de Alcohólicos Anónimos no es sino una pequeña parte de una gran totalidad. Es necesario que AA siga viviendo o, de lo contrario, la mayoría de nosotros seguramente morirá. Por eso, nuestro bienestar común tiene prioridad. No obstante, el bienestar individual le sigue muy de cerca.
- Para el propósito de nuestro grupo, solo existe una autoridad fundamental un Dios amoroso tal como se exprese en la conciencia de nuestro grupo.
- Nuestra Comunidad debe incluir a todos los que sufren del alcoholismo. Por eso, no podemos rechazar a nadie que quiera recuperarse. Ni debe el ser miembro de AA depender del dinero o de la conformidad. Cuandoquiera que dos o tres alcohólicos se reúnan en interés de la sobriedad, podrán llamarse un grupo de AA, con tal que, como grupo, no tengan otra afiliación.
- Con respecto a sus propios asuntos, todo grupo de AA debe ser responsable únicamente ante la autoridad de su propia conciencia. Sin embargo, cuando sus planes afecten al bienestar de los grupos vecinos, se debe consultar con los mismos. Ningún grupo, comité regional o individuo debe tomar ninguna acción que pueda afectar de manera significativa a la Comunidad en su totalidad, sin haberlo discutido con los custodios de la Junta de Servicios Generales. En cuanto a estos asuntos, nuestro bienestar común es de máxima importancia.
- Cada grupo de Alcohólicos Anónimos debe ser una entidad espiritual con un solo objetivo primordial — el de llevar el mensaje al alcohólico que aún sufre.
- Los problemas de dinero, propiedad y autoridad nos pueden fácilmente desviar de nuestro principal objetivo espiritual. Por lo tanto, somos de la opinión de que cualquier propiedad considerable de bienes de uso legítimo para AA debe incorporarse y dirigirse por separado, para así diferenciar lo material de lo espiritual. Un grupo de AA, como tal, nunca debe montar un negocio. Las entidades de ayuda suplementaria, tales como los clubs y hospitales, que suponen mucha propiedad o administración, deben constituirse en sociedad separadamente, de manera que, si es necesario, los grupos las puedan desechar con completa libertad. Por consiguiente, tales instalaciones no deben utilizar el nombre de AA La responsabilidad de dirigir estas entidades debe recaer únicamente sobre quienes las sostienen económicamente. En cuanto a los clubs, normalmente se prefieren directores que sean miembros de AA. Pero los hospitales, así como los centros de recuperación, deben operar totalmente al margen de AA — y bajo supervisión médica. Aunque un grupo de AA puede cooperar con cualquiera, tal cooperación nunca debe llegar a convertirse en afiliación o respaldo, ya sea real o implícito. Un grupo de AA no puede vincularse con nadie.
- Los grupos de AA deben mantenerse completamente con las contribuciones voluntarias de sus miembros. Nos parece conveniente que cada grupo alcance este ideal lo antes posible; creemos que cualquier solicitud pública de fondos que emplee el nombre de AAes muy peligrosa ya sea hecha por los grupos, los clubs, los hospitales u otras agencias ajenas; que el aceptar grandes donaciones de cualquier fuente, o contribuciones que supongan cualquier obligación, no es prudente. Además, nos causan mucha preocupación aquellas tesorerías de AA que siguen acumulando dinero, además de una reserva prudente, sin tener para ello un determinado propósito AA A menudo, la experiencia nos ha advertido que nada hay que tenga más poder para destruir nuestra herencia espiritual que las disputas vanas sobre la propiedad, el dinero, y la autoridad.
- Alcohólicos Anónimos debe siempre mantenerse no profesional. Definimos el profesionalismo como la ocupación de aconsejar a los alcohólicos a cambio de una remuneración económica. No obstante, podemos emplear a los alcohólicos para realizar aquellos traba- jos para cuyo desempeño tendríamos, de otra manera, que contratar a gente no alcohólica. Estos servicios especiales pueden ser bien recompensados. Pero nunca se debe pagar por nuestro acostumbrado trabajo de Paso Doce.
- Cada grupo de AA debe tener el mínimo posible de organización. La dirección rotativa es normalmente lo mejor. El grupo pequeño puede elegir a su secretario; el grupo grande, a su comité rotativo; y los grupos de una extensa área metropolitana, a su comité central, que a menudo emplea un secretario asalariado de plena dedicación. Los custodios de la Junta de Servicios Generales constituyen efectivamente nuestro comité de servicios generales. Son los guardianes de nuestra Tradición de AA y los depositarios de las contribuciones voluntarias de AA, por medio de las cuales mantienen nuestra Oficina de Servicios Generales de AA en Nueva York. Están autorizados por los grupos a hacerse cargo de nuestras relaciones públicas a nivel global y aseguran la integridad de nuestra principal periódico, el AA La Revista Gratitud. Todos estos representantes debe guiarse por el espíritu de servicio, porque los verdaderos líderes en AA son solamente los fieles y experimentados servidores de la Comunidad entera. Sus títulos no les confieren ninguna autoridad real. El respeto universal es la clave de su utilidad.
- Ningún miembro o grupo de AA debe nunca, de una manera que pueda comprometer a AA, manifestar ninguna opinión sobre cuestiones polémicas ajenas—especialmente aquellas que tienen que ver con la política, la reforma alcohólica, o la religión. Los grupos de Alcohólicos Anónimos no se oponen a nadie. Con respecto a estos asuntos, no pueden expresar opinión alguna.
- Nuestras relaciones con el público en general deben caracterizarse por el anonimato personal. Opinamos que AA debe evitar la propaganda sensacionalista. No se deben publicar, firmar o difundir nuestros nombres o fotografías, identificándonos como miembros de AA Nuestras relaciones públicas deben guiarse por el principio de atracción y no por la promoción. No tenemos necesidad de alabarnos a nosotros mismos. Nos parece mejor dejar que nuestros amigos nos recomienden.
- Finalmente, nosotros los Alcohólicos Anónimos creemos que el principio de anonimato tiene una inmensa significación espiritual. Nos recuerda que debemos anteponer los principios a las personalidades; que debemos practicar una auténtica humildad. Todo esto a fin de que las bendiciones que conocemos nunca nos estropeen; que vivamos siempre en contemplación agradecida de El que preside sobre todos nosotros.